viernes, 19 de septiembre de 2008

Las miradas, las sonrisas.



Desde que llegue aquel lugar, sentí una mirada penetrante que iba y venia, no era la primera vez que sentía esa mirada solo sabía que era la misma, con curiosidad empecé a observarla y acercarme a ella o mas bien a él; pasaron los días y cada tarde nos encontrábamos; sentados en una mesa nos dimos cuenta de las conversaciones que podíamos sostener, muy educativas y entretenidas …las risas, las sonrisas las manos se cruzaban en el aire, en el aire pesado y tibio de las tardes y noches en las que nos encontrábamos a desbaratar las vidas ajenas…pero que importaba ya habíamos logrado pasar de las miradas, a la silla, en la silla a la risa, a las manos y a los cuerpos cercanos.

Pronto logramos salir de ese lugar, no todas las tardes y noches podíamos estar en lo mismo, había que dar otro paso, había que salir, salir y probar de otros aromas de otros lugares de otras gentes de otras vidas; pero esa salida, en esa noche no fue lo que mis sentidos quisieron, no fue lo que mi vida quiso.

Salimos una noche cualquiera no pensada, no planeada, en aquel lugar, sí, las sonrisas, la música, el aire turbio, la oscuridad nos acercaron, salimos de prisa sin rumbo, ó por lo menos yo no lo tenía claro, pasamos la gran avenida, caminamos, por detrás de un cementerio, después del cementerio me imagine que no era bueno, ¿o sí?, ya no sabía él solo sonreía y me llevaba de su mano, de un momento a otro entramos a una zona deprimida de mujeres tristes, golpeadas y abandonadas por el tiempo, pero en la noche lo que único que vi, en medio de tanta oscuridad fueron sus sombras tristes y abandonadas, y sus palabras –papito venga ¿cuanto me da?, ¿para donde van? hay para los dos— caminamos por las calles destapadas; alrededor de nosotros construcciones iguales que estas mujeres, de prisa él timbro en una puerta amarilla de rejas blancas y se escucho una vos fría –entren pero no hay luz— solo eso llego a mis odios fue lo que alcancé a escuchar, ¡entren pero no hay luz! Y yo que no entendía, en medio de una gran ciudad ¿que no hay luz?, pero en el resto sí, finalmente en medio del –vengan que hay para los dos— que más da, casi me metí de primeras.

Luego con vela en mano, jabón, toalla, papel higiénico y detrás de una señora gorda, mal peinada, mal vestida, todo mal, caminamos por un zaguán largo y estrecho, el olor a humedad fue lo primero que sentí, luego los sonidos, voces, y ruidos de las piezas –sí, sí, más, más— y hasta sollozos, finalmente la nuestra, una pieza pequeña, imagino que igual a las otras; pegada a la pared el catre, sí no merecía otro apreciativo, ¡catre!, las paredes húmedas, una mesa de noche unos espejos, y sentí que ya no quería estar allí, pero ya estaba tarde para un no, la gorda pregunto –¿cuanto tiempo?, ¿es por horas?—. Él pago y cerró la puerta. Las cobijas y las sábanas estaban viejas, de mal olor, finalmente paso, detrás de un cementerio, a la luz de una vela, en medio de la humedad, del mal olor, por encima de las cobijas viejas en pleno centro y debajo y al lado de los espejos.

Cuando termino, lo que empezó en el encanto de las miradas, él se levanto, se llevo el medio rollo de papel higiénico junto con la vela entro al baño, se sentó en la tasa y lo vi cagando a través del espejo, termine de ver al ser humano en todo su esplendor, recordé los ruidos de afuera, el –sí, sí, más, más—, el ruido de los catres, las mujeres olvidadas, el –vengan hay para los dos—, la gorda de la puerta y sin luz, deje salir mi llanto, levante los ojos y él seguía pujando en la tasa, que descomposición, de la ciudad, de las calles, de nosotros, del ser humano y en especial la mía.

Casi no me visto de mi horror, huí y me encontré con una gran avenida, espantada, aterrorizada mire la figura del cementerio y en la entrada leí una frase en latín que ni intente adivinar que decía; él detrás mío extasiado, saboreándose, oliéndose; tome el taxi llegue a mi casa y nunca más lo quise recordar, a él no lo volví a ver, deje de creer en las miradas y sonrisas, es más ya ni miro ni sonrió.

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